martes, 22 de abril de 2014

La respiración contenida

Hay veces que no puedo parar de morderme los labios por dentro, hasta que se hace llaga, hasta que puedo sorber el plasma que difunde poco a poco, con ese sabor salado que te abre los ojos y te libera la mente.

El cómo empieza a fumar uno es lo de menos. Algún amigo que te ofrece unas caladas, o un cigarro. Una broma, una jilipollez. Pero lo decisivo es por qué seguir fumando.

Muchas veces es cuestión de hábito, de repetir esa idiotez demasiadas veces, hasta que un día te echabas un cigarro tomando café en vez de en la discoteca, y tiempo después no estaba ese amigo que siempre te ofrecía un cigarro, y te comprabas uno, diciéndote que sería la última vez.

En mi caso la continuidad se debió a largas tardes de cafetín, evitando pensar en nada, sólo tomando solo un café solo y sin azúcar. Puede sonar ridículo, pero creo que todo adolescente ha necesitado salir de su casa muchas tardes, y no todos tuvimos con quién. El azúcar es lo de menos.

Fumar era parte de una liturgia, junto al libro y el café enfriándose, una forma de concentrarse en algo tan banal como un rollo de papel rellenado con tabaco para dejar de mirar alrededor y hacia uno mismo.

El budismo zen se caracteriza por frases que se enlazan con intuición, con un sin sentido enorme para los occidentales; preguntas como "¿Cuál es el sonido de una palmada hecha con una sola mano?" o "¿Qué debes hacer si un día ves a Buda en la calle?" no buscan una respuesta lógica ni sencilla, sino unas palabras intuitivas que demuestren, más que conocimientos, una sabiduría integrada en uno mismo, que se emana con naturalidad.

Una de las que a mí me ha impactado siempre es cómo existir para una mandarina. Los humanos, incluso los animales, tienen concepción de que existimos conforme nos observan, pero las mandarinas no. Pero dice el sabio, que sólo concentrándote en una mandarina, observándola mediante todos los sentidos, puedes existir para ella. Reafirmando que existe para ti.

Es esta atención inusual por objetos cotidianos la que yo aprovechaba, quizá, para existir para los cigarros, y quizá por eso me sentaban tan bien. Mientras fumaba, sólo me concentraba en la respiración, el aroma, el sabor, el humo descontrolándose mientras ascendía. Y me ayudaron todas esas tardes a dejar de pensar.

Es por eso que aún hoy, aunque ya no observo tanto los cigarros, muchas veces respiro profundamente sin que me salga natural, y mi espiración va cargada de una emoción interior que la hace vibrar de manera artificial, irregular, rara, como muchas de mis cosas.

Pero ya no le presto atención a las emociones, sino a los sentimientos, y quizá esa respiración sea uno de ellos, como fumar lenta y pausadamente, o como escribir en este blog. Porque estos muchas veces no tienen palabras, ni tampoco se limitan a un conjunto de emociones. Fundamentalmente, creo que son causas de las acciones que tomamos día tras día, y eso también es intuición.