jueves, 7 de agosto de 2014

De hormonas y de viajes

Hace poco he tenido un momento de debilidad. Ya se ha pasado, entre que conseguía entrar en el blog para describirlo. Ha sido media hora que se ha pasado larga, pero creo que no ha dejado heridas.

Me dicen por ahí que es cuestión de armadura. Que cuando el dolor se recibe tantas veces, se hace callo. Yo no lo llamaría dolor.

Pero no me gusta ir con armadura. Los hay que sólo se la quitan en la tienda de campaña (para mayor riesgo de si le atacan con nocturnidad o mediante engaños), pero yo prefiero, mientras no haya a la vista catapultas, dejármela en casa. Que a veces no las ves suficiente pronto, y recibes alguna metralla, como sería este caso, pero merece la pena, por la libertad de movimientos y la mejora de los sentidos, para el que sabe guerrear y tampoco está rodeado de ogros con hachas de dos toneladas, que hace tiempo dejé de ver en las personas (aunque siguen en mis temores).

En este caso, de todas formas, no fue una falta de armadura. Porque no fue metralla, sólo una piedrecita de algún pastor con su honda. Pero bueno, a veces tienes que recoger algo valioso, aunque no sea el momento, algo que es mejor guardar aunque pese. El botín recogido siempre es más grande que el sueldo acordado, si no no habría mercenarios.

Y aunque se extremen las medidas, más allá de los fallos humanos también hay imprevistos que uno no puede imaginarse, y la suma de dos cosas inocuas puede ser peligrosa.

Pero el botín ya está seleccionado, y aunque pesa yo sigo mi viaje. Más duro, por cierto. Hay días con pan y agua, y hay días que ni raíces. El camino es el mismo, pero por cosas del azar unas jornadas se dan mejor que otras. No se va mal, he de admitirlo, pero se me hace largo, sobre todo cuando miro al horizonte. Pero más allá de estas largas llanuras algo arboladas se ven valles frondosos, y son mi única esperanza de descanso a la vista, mire al punto cardinal que sea.

Hay yermos a los lados, y espero que el hambre no me empuje a ellos. Creo yo que racionando lo conseguido, si sigo encontrando alimento al mismo ritmo, no pierda la compostura. Sé que nada me he perdido en estos yermos por ahora, mientras no se sepa de algún tesoro escondido, pero la fisiología a veces nos puede, y temo convencerme a mí mismo de desviarme. Con todo, creo que no pase, pues es estoy en buena forma, y ya no soy el tragón de antes.

viernes, 27 de junio de 2014

La generación Amor o Viaje al centro de la Tierra

De pequeño yo era un chico bastante poco pragmático. No sé por qué recuerdo tan difuminada esa fijación de las chicas con Leonardo Di Caprio u otro famoso por guapo. Me daba la impresión de que se guiaban más por el carisma o la seguridad que otra cosa. Tampoco es que me haya servido de mucho tener esa idea en mente.

Pero sí que me sentía convencido de que había cierta necesidad de compartir pensamientos o gustos para aunque fuera tontear. Ya no lo veo tan claro.

El caso es que si ha habido algo de lo que siempre me he sentido seguro ha sido de mi forma de pensar y mis gustos, y si he despertado atracción ha sido por esas cosas.

Debo estar muy jilipollas (con j, sí, del caló jilí, ostias, y sin h, ea), más de lo que ya sabía, o debo haberme echado a perder mentalmente (eso ya lo sabía yo desde las notas de bachillerato, y cada vez lo veo más claro por otras cosas), pero ahora me da la sensación de que no es por eso. Que precisamente, de lo que siempre he estado inseguro, que es de mi físico (y con razón) u otras cosas más banales para mí al menos, parece ser que ahora que he subido un pequeño peldaño (y bien orgulloso me siento, aunque sea consciente de cómo sigo); es de donde más parece proceder la humilde atracción que despierto.

Y coincidiendo con esto, ahora que más imbécil me siento, que si suelto algo de lo que pienso no es para sacar tripa sino para agachar la cabeza con una sonrisilla de humildad, es cuando más inseguro me siento de mi interior.

Yo lo que saco en claro es que no es una seguridad característica del individuo, una sensación general de felicidad, lo que me parecía ver que atraía a las chicas. Es una cuestión de sacar pecho para el físico, y de razonar para la mente, y de abrirse para las emociones (y no despelotarse). No es cuestión de tener una caña mejor o peor, más o menos lustrosa, sino quizá de quién tira el sedal convencido de que el cebo, el hilo, el anzuelo... son más o menos buenos.

Y es que para llamar la atención de alguien hay muchas cosas, y sólo las que sentimos con seguridad son las que usamos. Ya pueden ser maravillosas que, si no las usamos por miedo, nos tiramos de los pelos viendo cómo el vecino con espada de palo mata dragones mientras nosotros sudamos pensando en desenvainar.

No hay mejor arma, no sólo en el amor, sino para ganar cualquier batalla, que la felicidad del sabio, y no la alegría del bipolar. Así es como podemos, algunos anticuados, seguir pensando en Amor.

Y es que una relación es un viaje en el que conocemos mucho a una persona, y también a nosotros mismos. Algunos lo deseamos por las películas, otros es que no tenemos miedo de enseñarnos y hemos encontrado a la persona ideal, y otros guardamos buen recuerdo de lo que es explorar nuestras seguridades, poder exponerlas sin miedo, incluso valorarlas más por verlas desde otro punto de vista.

Pero hoy en día les enseñan no sé qué tonterías a los niños en el instituto sobre el magma y las placas tectónicas y cada vez hay menos gente con deseos de viajar al centro de la tierra. Es normal, si se ven bien aquí y el mensaje que escuchan es que sí, muy bonito el que se pone a cavar hoyos, cómo sonríe, pero luego vuelve tostadito.

Creo que el problema es, como siempre, las expectativas de recibir más que dar, del que quiere comprar barato y vender caro. Somos fáciles de herir en cuanto nos descuidamos y nos exponemos, y gritamos pronto, no esperamos a enfermar. Y otras veces enfermamos nada más que de pensarlo. Pero ese viaje está lleno de sacrificio gratuito. Con la única expectativa de poder contarlo a un mundo en el que se alaba al que cobra mucho y se desprecia al que suda por sudar. Y cuando no se busca vivir, y dejarse llevar, sino que uno se siente en descenso constante y sólo busca asideros donde agarrarse, apunta lo que da y cierra los ojos cuando recibe. 

Así no hay manera de meterse dentro de la tierra, así sólo se sale. No hablo de revolcarse, ni de tirarse en plancha, hablo de encontrar un agujero por el que no nos hagamos daño al caer y tener la humildad de bajar sin que se nos caigan los anillos. Una pareja implica una generosidad que no todos están dispuestos a dar, porque preferimos cuatro pesetas en la cola del paro que agachar el lomo para coger un duro. Lo que explica otra triste realidad: Que normalmente el que más (cree que) tiene qué dar es el que menos recibe.

Que se mueran los feos, que dicen que tienen un arte especial para la conquista. 

jueves, 1 de mayo de 2014

Hora de acostarse

A lo largo del día uno tiene unas metas. Como una hoja de libreta llena de garabatos, unos en rojo, otros en mayúsculas; una lista bastante sucia pero intuitiva. La intención es modificar, aceptar o analizar esas situaciones que nos atañen, pero algunas veces, o muchas, se tira del gag de arrugar la hoja y empezar a escribir de nuevo.

Supongo que es el problema de no tener un jefe, de ser autónomo. Cuando uno es un asalariado, cumple con las tareas que se le dice en orden, y si no se puede, o le echa más ganas o se resigna a que no puede ser, que le despidan pero está haciendo lo correcto.

Pero cuando la conciencia moral se desarrolla, tenemos nuestros propios objetivos, que pueden tener relación con los demás o no, pero el máximo interesado somos nosotros. Podríamos trabajar igual que si fuera para otro, pero estar haciendo "lo que se puede" muchas veces no es suficiente para uno mismo, y uno se pregunta "¿Qué pasa? ¿Qué pasa?".

Esto se ve en los artistas modernos. Antaño, un retratista o un paisajista se limitaba a su trabajo. Iba a cobrar por ello. Podía venirle mejor o peor cómo quedara la obra, pero tampoco iba a salirse de su línea mientras le echara el tiempo y el ánimo habituales. Hoy en día, un mal cuadro, sin embargo, puede ser para un crítico la revelación de que un puntero en el arte actual es en realidad un inútil con suerte que no era consciente de lo grandioso que estaba pintando. También puede acabar siendo un genio que se había limitado a pintar basura porque no lograba atrapar yo qué sé musa.

La cuestión son las emociones. Uno se puede repetir mil veces que las emociones no son importantes, que son los sentimientos que se forjan con el paso de los años a lo que hay que hacer caso, y que no hay que flaquear porque haya habido una mala racha. Vender en la séptima puerta igual que en la primera, decían ayer, en las jornadas de inserción laboral.

Claro que sí, psicología positiva. Personas mediocres con una moral por los cielos pueden dejar boquiabiertos a muchos. Pero es que la estadística es algo inherente a la consciencia. Y cuando uno analiza algo con el paso del tiempo, y la tendencia parece apuntar al rincón más oscuro del infierno, a ver quién es el santo, o el incauto, que se le presenta delante y le dice que siga adelante, que no se fije en si le duelen las piernas o se le escapa la respiración, que va en el buen camino mientras se esfuerce...

Pues a veces uno no puede evitar pensar que es la hora de acostarse aunque no se haya puesto el sol, que parece que seguir es sólo cagarla, que a ver si mañana, por inspiración divina, se da mejor, porque parece que en la meta le esperan lanzándole cuchillos en vez de sonriendo. Así que buenas noches, y me cago en las emociones.

martes, 22 de abril de 2014

La respiración contenida

Hay veces que no puedo parar de morderme los labios por dentro, hasta que se hace llaga, hasta que puedo sorber el plasma que difunde poco a poco, con ese sabor salado que te abre los ojos y te libera la mente.

El cómo empieza a fumar uno es lo de menos. Algún amigo que te ofrece unas caladas, o un cigarro. Una broma, una jilipollez. Pero lo decisivo es por qué seguir fumando.

Muchas veces es cuestión de hábito, de repetir esa idiotez demasiadas veces, hasta que un día te echabas un cigarro tomando café en vez de en la discoteca, y tiempo después no estaba ese amigo que siempre te ofrecía un cigarro, y te comprabas uno, diciéndote que sería la última vez.

En mi caso la continuidad se debió a largas tardes de cafetín, evitando pensar en nada, sólo tomando solo un café solo y sin azúcar. Puede sonar ridículo, pero creo que todo adolescente ha necesitado salir de su casa muchas tardes, y no todos tuvimos con quién. El azúcar es lo de menos.

Fumar era parte de una liturgia, junto al libro y el café enfriándose, una forma de concentrarse en algo tan banal como un rollo de papel rellenado con tabaco para dejar de mirar alrededor y hacia uno mismo.

El budismo zen se caracteriza por frases que se enlazan con intuición, con un sin sentido enorme para los occidentales; preguntas como "¿Cuál es el sonido de una palmada hecha con una sola mano?" o "¿Qué debes hacer si un día ves a Buda en la calle?" no buscan una respuesta lógica ni sencilla, sino unas palabras intuitivas que demuestren, más que conocimientos, una sabiduría integrada en uno mismo, que se emana con naturalidad.

Una de las que a mí me ha impactado siempre es cómo existir para una mandarina. Los humanos, incluso los animales, tienen concepción de que existimos conforme nos observan, pero las mandarinas no. Pero dice el sabio, que sólo concentrándote en una mandarina, observándola mediante todos los sentidos, puedes existir para ella. Reafirmando que existe para ti.

Es esta atención inusual por objetos cotidianos la que yo aprovechaba, quizá, para existir para los cigarros, y quizá por eso me sentaban tan bien. Mientras fumaba, sólo me concentraba en la respiración, el aroma, el sabor, el humo descontrolándose mientras ascendía. Y me ayudaron todas esas tardes a dejar de pensar.

Es por eso que aún hoy, aunque ya no observo tanto los cigarros, muchas veces respiro profundamente sin que me salga natural, y mi espiración va cargada de una emoción interior que la hace vibrar de manera artificial, irregular, rara, como muchas de mis cosas.

Pero ya no le presto atención a las emociones, sino a los sentimientos, y quizá esa respiración sea uno de ellos, como fumar lenta y pausadamente, o como escribir en este blog. Porque estos muchas veces no tienen palabras, ni tampoco se limitan a un conjunto de emociones. Fundamentalmente, creo que son causas de las acciones que tomamos día tras día, y eso también es intuición.

lunes, 3 de marzo de 2014

Pagar el karma

No fueron ni 20 días desde que olí la desgracia. Cada vez comprendo mejor aquel cuento de abuelo zen llamado "buena suerte, mala suerte, quién sabe", en el que los bienes y los males se suceden con una curiosa correlación que casi aparenta causalidad.

Es cuando mejor estamos cuando más idiotas nos volvemos, parece inevitable. A veces la suerte nos sonríe, porque quizá seguimos en deuda, pero otras, se cobra de nuestra tranquilidad. Qué idiota, dedicándome al hedonismo, sin pensar en mis prioridades y sin saber defenderlas.

Habría sido muy fácil, no hacía falta matar a nadie, ni faltar al deber de uno, y sin embargo, por comodidad, por excesivo confort, no sólo veo claras pequeñas, minúsculas faltas de deber, sino excesos innecesarios y peligrosos, frecuentados por culpa de la ceguera de la alegría.

Imanol, cuida de tus cosas importantes. No te obsesiones con lo que piensen los demás que es prioritario: cuando no sale, no sale; pero cuando reconozcas algo esencial, no lo des por seguro, no te confíes demasiado.

En cuanto a la crisis, pues efectivamente, me pasé de pedante. La vi venir y chuleé. Fue peor de lo que podía imaginar. No es que una crisis llame a otra, es que una sola puede desmontar todo el castillo de naipes que es nuestra felicidad. A veces sí, a veces provocando más si uno se deja a la deriva, si confía, una vez más, en su estado de ánimo, y piensa que no puede ir a más, en esos casos a peor.

Pagar el (buen) karma es agradecer lo recibido, a la persona o personas que nos lo dieron, de manera que puedan seguir dándonoslo. Así, cuando algo bueno me ocurre, en vez de aprovecharme de mi suerte, veo que debo perseguir esa suerte, encontrar el origen de ese acción, de ese hecho, y fortalecerlo, y cuidarlo, y alimentarlo, como si fuera parte de uno mismo, que es lo bueno que en última instancia que nos ha llegado.

No es religión, es lógica. Si quieres que algo se repita, recompénsalo. Si quieres que todos te traten como alguien, sé con los demás como con esa persona, y no hablo de llamarlo por el mismo nombre, o hacerle las mismas bromas, o hacer las mismas cosas, sino de apreciar a los demás de la misma manera. En orden de prioridades, y con mucho, la primera esa persona, con mucho, no lo olvides. Y por último, si ser o estar de una manera te hacen recibir buen karma, págalo recompensándote, busca cómo mantenerte así.

Pero siempre, siempre, la primera prioridad es la máxima de los informáticos: Si algo funciona, no lo toques. No te arriesgues a perderlo, arriésgate a ganarlo. Y cuando digo algo, hablo de esa gran prioridad tuya, en torno a la que giran todos tus sentimientos y emociones. Reconócelo como centro de tu universo, no te ciegues, pero no dejes de prestarle atención, ahí empieza el principio del fin.

Lo peor de las crisis, la estupidez. Cosas que uno ya ha admitido que no quiere para sí se vuelven tentadoras al calor del hogar, y cuando salimos y pisamos, nos hundimos en el barro. Qué bonita la lluvia desde la orilla de la chimenea. Claro que no salimos a mirar al cielo y cantar. Algo nos dice que no queremos, un recuerdo inconsciente de las gripes. Pero cuando le echan del hogar, le inunda a uno ese romanticismo meteorológico, y después bajo un puente difícil solución le podemos poner a estar empapados.

Ya va más de un mes. No sabría decir si estoy peor o mejor. Estoy recuperando la sensatez, recordando lecciones que no debí olvidar por comodidad... Tengo mis bajones. Les doy remedio lo antes posible, me estoy tratando con cariño de madre. Quizá no con determinación de enfermera, pero siempre hay alguien que me ayuda, de mejor o peor humor.

Al menos ahora parece que tengo más claro qué no hacer. Voy dando menos bandazos. También me quedan menos esperanzas de arreglarlo que al principio, pero al menos ya no estoy equivocado en cómo luchar por ello y por mí, y así voy, avanzando otra vez el mismo camino.

lunes, 6 de enero de 2014

Tres meses

Llevo ya tres meses sin escribir. No es sólo una cuestión de tiempo, aunque entre Bundles, Whatsapp y querer salir a correr (en 2014 me supero con poco) es fácil no querer pasarse por aquí.

Pero lo principal es que me siento libre de problemas. No tengo nada a lo que darle vueltas, estoy quizá cansado de anticiparme a lo que venga. Ha tomado mucho peso la frase "pues se improvisa". Tanto el año que viene como lo que vaya surgiendo. Estoy bastante bien, y quizá por eso me doy cuenta de que no tengo tanta necesidad de prepararme para el futuro. A alguno le he dicho, esta nochevieja, "que sea igual, o incluso un poco peor (si hace falta) el año que viene, si mientras no vengan las siete plagas...".

No me preocupa. Tengo mucho que perder, ya digo que no podría estar mejor, quizá imagino que no puedo perder todo de una (aunque una crisis suela acercarnos a otra crisis).

También sueño despierto menos de lo normal, y sobre todo desganado. Supongo que por inercia. Ya no me parece pendiente nada que demostrar. No soy mejor ni peor que antes, pero ahora aprecio lo que tengo, y me ayuda a mantenerlo y a no tener miedo a perderlo.

Es aquí cuando se acaba el hedonismo y comienza la libertad. Mi felicidad ya no se basa en lo que tengo, sino en lo que puedo conseguir, en lo que me veo capaz de vencer y de defender.

Pero sé que se avecinan tiempos de cansancio, no me preocupan pero se huelen, y me mantengo en alerta, preparado para observarme y controlarme, porque sé que cómo me siento no puede ser para siempre, y tendrá que ser mi corazón de hielo el que me mire de arriba a abajo por encima del hombro y me diga "de qué te quejas?" con ese rintintín del que sabe cómo están los demás y cómo ha estado uno mismo.