miércoles, 26 de octubre de 2011

Los vicios

Hace ya tiempo que no escribo, desde que la Rusca volvió a tomar fuerza. Si he vuelto es porque se ha tranquilizado, y no sé si significa que decide dejarme en paz un rato hasta que vuelva a aunar miedos y rencores para seguir batallando, o porque ha decidido que me tiene dominado.

El despertar de Rusca vino de la mano de alcohol y tabaco. El primero ha sido fácil erradicarlo de mi rutina, pero el segundo ha vuelto con ganas, poco a poco, con vaselina pero pies de plomo. Y con ello la ha hecho más agresiva que nunca. Hay cosas que nunca se separan, y por lo visto, el tabaco que un día me alivió de mis pajas mentales, es algo que siempre asociaré a ellas. Desde que he vuelto a fumar, la neurosis aumenta y aumenta, no sé hasta dónde llegará. Cada día que pasa me preocupo más, recuerdo más vivencias, me hago más daño en definitiva. El tabaco está asociado inevitablemente a muchos ámbitos de mi vida que ahora no me benefician, me parece.

Con todos esos recuerdos y pajas mentales ha venido la catástrofe sobre mi deseo de transparencia. La castidad al menos aparente ha ayudado sin duda. A ratos, me siento más inseguro que nunca sobre la posibilidad de ser transparente y sobrevivir felizmente. A otros tengo un gran arma que me ayuda a ver en las catastrofes condicionales salud social. No me acaba de convencer, pero me apacigua que no sean del todo apocalípticas mis expectativas de futuro en estos temas tan escabrosos y, por otra parte, tan ninguneados principalmente por mujeres.

No quiero sonar machista, entiendo perfectamente estas minusvaloraciones tras las situaciones crueles que se dan, pero creo que no hay que olvidar que son estas minusvaloraciones las que provocan esas situaciones, aunque no se les pueda considerar culpables de esos tormentos que basan los prejuicios que a muchos nos tratan de forma injusta, pero a otros alejan adecuadamente.

Adecuadamente para no tocar fibras sensibles, miedos personales, el origen inevitable de toda catástrofe emocional, sea al propietario o al arrendatario. Aunque si los primeros generan el sufrimiento, ya hay mecanismos que lo embolsan, y lo que revienta estas bolsas salpicándonos de nuestras propias lágrimas no deja de ser sino un vicio de los segundos. Todos, la gente, los demás. Nuestros acostumbrados desconocidos.