jueves, 30 de junio de 2011

Cuánta tierra necesita un hombre para vivir?

Podría poner sólo un link, pero quiero guardar este cuento para siempre, así que paso a copiarlo tras citar las fuentes que me lo han regalado: Nodo50 e, indirectamente el Portal Libertario OACA. Os recomiendo ambos sitios sobradamente. Y de paso cojo pruebas de que no soy el único que aplica "Libertario" con mi significado, al menos en parte. Interesante artículo "Sobre los libertarios"

Ahora sí, abro paso a Tólstoi:

"Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -pensaba a menudo- los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."

Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.

"Qué te parece -pensó Pahom- Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."

Así que decidió hablar con su esposa.

-Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.

Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.

Así que ahora Pahom tenía su propia tierra. Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena cosecha. Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. Así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos. Cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. La hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. Antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.

Un día Pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. Pahom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el Volga, donde había estado trabajando. Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una avilla. Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos vacas.

El corazón de Pahom se colmó de anhelo.

"¿Por qué he de sufrir en este agujero -pensó- si se vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".

Pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad. Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom estaba en mucha mejor posición que antes. Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba.

Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción, Pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. Fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pahom ahorró dinero. Podría haber seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.

"Si todas estas tierras fueran mías -pensó-, sería independiente y no sufriría estas incomodidades."

Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó que acababa de regresar de la lejana tierra de los bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.

-Sólo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- Yo regalé como cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.

"Vaya -pensó Pahom-, allá puedo tener diez veces más tierras de las que poseo. Debo probar suerte."

Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió el viaje, llevando consigo a su criado. Pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor les había aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus tiendas.

En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se reunieron en torno al visitante. Le dieron té y kurniss, y sacrificaron una oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su carromato y los distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. Los bashkirs parecieron muy satisfechos y le dijeron que debía hablar con el jefe. Lo mandaron a buscar y le explicaron a qué había ido Pahom.

El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a Pahom:

-De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras en abundancia.

-¿Y cuál será el precio? -preguntó Pahom.

-Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.

Pahom no comprendió.

-¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?

-No sabemos calcularlo -dijo el jefe-. La vendemos por día. Todo lo que puedas recorrer a pie en un día es tuyo, y el precio es mil rublos por día.

Pahom quedó sorprendido.

-Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -dijo.

El jefe se echó a reír.

-¡Será toda tuya! Pero con una condición. Si no regresas el mismo día al lugar donde comenzaste, pierdes el dinero.

-¿Pero cómo debo señalar el camino que he seguido?

-Iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí. Puedes comenzar desde ese sitio y emprender tu viaje, llevando una azada contigo. Donde lo consideres necesario, deja una marca. En cada giro, cava un pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. Puedes hacer el recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio de donde partiste. Toda la tierra que cubras será tuya.

Pahom estaba alborozado. Decidió comenzar por la mañana. Charlaron, bebieron más kurniss, comieron más oveja y bebieron más té, y así llegó la noche. Le dieron a Pahom una cama de edredón, y los bashkirs se dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y viajar al punto convenido antes del amanecer.

Pahom se quedó acostado, pero no pudo dormirse. No dejaba de pensar en su tierra.

"¡Qué gran extensión marcaré! -pensó-. Puedo andar fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los días ahora son largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra. Venderé las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la trabajaré. Compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos peones más. Unas noventa hectáreas destinaré a la siembra y en el resto criaré ganado."

Por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.

-Es hora de despertarlos -se dijo-. Debemos ponernos en marcha.

Se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato), le ordenó uncir los caballos y fue a despertar a los bashkirs.

-Es hora de ir a la estepa para medir las tierras -dijo.

Los bashkirs se levantaron y se reunieron, y también acudió el jefe. Se pusieron a beber más kurniss, y ofrecieron a Pahom un poco de té, pero él no quería esperar.

-Si hemos de ir, vayamos de una vez. Ya es hora.

Los bashkirs se prepararon y todos se pusieron en marcha, algunos a caballo, otros en carros. Pahom iba en su carromato con el criado, y llevaba una azada. Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana estaba rojo. Subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un sitio. El jefe se acercó a Pahom y extendió el brazo hacia la planicie.

-Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes tomar lo que gustes.

A Pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen, chata como la palma de la mano y negra como semilla de amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.

El jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo y dijo:

-Ésta será la marca. Empieza aquí y regresa aquí. Toda la tierra que rodees será tuya.

Pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. Luego se quitó el abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas. Se aflojó el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el pecho del jubón y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la azada y se dispuso a partir. Tardó un instante en decidir el rumbo. Todas las direcciones eran tentadoras.

-No importa -dijo al fin-. Iré hacia el sol naciente.

Se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol asomara sobre el horizonte.

"No debo perder tiempo -pensó-, pues es más fácil caminar mientras todavía está fresco."

Los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte cuando Pahom, azada al hombro, se internó en la estepa.

Pahom caminaba a paso moderado. Tras avanzar mil metros se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento apuró el paso. Al cabo de un rato cavó otro pozo.

Miró hacia atrás. La loma se veía claramente a la luz del sol, con la gente encima, y las relucientes llantas de las ruedas del carromato. Pahom calculó que había caminado cinco kilómetros. Estaba más cálido; se quitó el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha. Ahora hacía más calor; miró el sol; era hora de pensar en el desayuno.

-He recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y todavía es demasiado pronto para virar. Pero me quitaré las botas -se dijo.

Se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y reanudó la marcha. Ahora caminaba con soltura.

"Seguiré otros cinco kilómetros -pensó-, y luego giraré a la izquierda. Este lugar es tan promisorio que sería una pena perderlo. Cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."

Siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la loma era apenas visible y las personas parecían hormigas, y apenas se veía un destello bajo el sol.

"Ah -pensó Pahom-, he avanzado bastante en esta dirección, es hora de girar. Además estoy sudando, y muy sediento."

Se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba. Bebió un sorbo de agua y giró a la izquierda. Continuó la marcha, y la hierba era alta, y hacía mucho calor.

Pahom comenzó a cansarse. Miró el sol y vio que era mediodía.

"Bien -pensó-, debo descansar."

Se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó, temiendo quedarse dormido. Después de estar un rato sentado, siguió andando. Al principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó, pensando: "Una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".

Avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de nuevo a la izquierda cuando vio un fecundo valle. "Sería una pena excluir ese terreno -pensó-. El lino crecería bien aquí.". Así que rodeó el valle y cavó un pozo del otro lado antes de girar. Pahom miró hacia la loma. El aire estaba brumoso y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a la gente de la loma.

"¡Ah! -pensó Pahom-. Los lados son demasiado largos. Este debe ser más corto." Y siguió a lo largo del tercer lado, apurando el paso. Miró el sol. Estaba a mitad de camino del horizonte, y Pahom aún no había recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado. Aún estaba a quince kilómetros de su meta.

"No -pensó-, aunque mis tierras queden irregulares, ahora debo volver en línea recta. Podría alejarme demasiado, y ya tengo gran cantidad de tierra.".

Pahom cavó un pozo de prisa.

Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. Estaba agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le flaqueaban las piernas. Ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar antes del poniente. El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.

"Cielos -pensó-, si no hubiera cometido el error de querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"

Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su meta, y el sol se aproximaba al horizonte.

Pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez más rápido. Apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar. Echó a correr, arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada que usaba como bastón.

"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder. Tengo que llegar antes de que se ponga el sol."

El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus piernas cedían como si no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror de morir de agotamiento.

Aunque temía la muerte, no podía detenerse. "Después que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora", pensó. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. Juntó sus últimas fuerzas y siguió corriendo.

El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo como la sangre. Estaba muy bajo, pero Pahom estaba muy cerca de su meta. Podía ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa. Veía la gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo, riendo a carcajadas.

"Hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará Dios vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca llegaré a ese lugar!"

Pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. Con el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus piernas apenas podían sostenerlo. Cuando llegó a la loma, de pronto oscureció. Miró el cielo. ¡El sol se había puesto! Pahom dio un alarido.

"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún gritaban, y recordó que aunque para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún podían verlo. Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. Allí aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella el jefe se reía a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las manos.

-¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡Ha ganado muchas tierras!

El criado de Pahom se acercó corriendo y trató de levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡Pahom estaba muerto!

Los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.

Su criado empuñó la azada y cavó una tumba para Pahom, y allí lo sepultó. Dos metros de la cabeza a los pies era todo lo que necesitaba."

Y ahora, quien quiera decir que nada se aprende de la historia, que lo importante es estar corriente de la actualidad... Que lo diga en otra entrada, por el amor de lo que sea que ame.

miércoles, 29 de junio de 2011

El imanolismo: Historia y desarrollo.

Seguramente los que me conozcan estén hartos de la misma historia.

Son muchas las veces que se me intenta acusar de cosas hacia las que estoy en contra, por haber defendido otras cosas que la gente asocia con las primeras. Así fue como surgió el imanolismo. Uno no podía decir ser comunista sin que se le echasen en cara los errores de Lenin y Stalin, no podía ser anarquista sin que se le asociara con los punkies que pasan más tiempo borrachos que sobrios en su tiempo de ocio, cuando no andan con cosas peores, o con los violentos llamados "antisistema", cosa de la que hablaré en otro momento.

Puede parecer una solución perfecta para hablar como persona en vez de como representante de otra gente que ha dicho más o menos parte de lo que tú dices. Para nada.

Conforme pasa el tiempo, uno observa diversos casos. Quizá el mejor de ellos es que tu imanolismo sea denominado como le venga en gana al debatiente, como "comunismo de derechas" por ejemplo, haciendo uso de la mayor capacidad del absurdo que tiene el género humano. Aclarar que lo de derechas se decía por autoritarismo, no por conservadurismo ni neoliberalismo. Huelga decir que para mí hacer uso de la autoridad de uno mismo es una cosa que da mucha pereza, pero ese es otro cantar.

Quizá el problema más grave del imanolismo sea que la humanidad no está preparada para ello. Ni va camino de ello, ni quiere. Me explico.

Cada vez que se habla de un tema en concreto hay que intentar pormenorizar todos los asuntos, para lentamente analizarlo entre los debatientes, en un diálogo ideal. En la realidad, cada pormenor no importa como tal, sino que es juzgado en su conjunto a otras cosas, generalmente los intereses propios y sólo en una pequeña minoría la posibilidad de errar. Es decir, que si me dicen que X hizo Y no será lo mismo si X es mi amigo, si es alguien que me pegó, si es alemán o ruso, o si es de ciencias o de letras. Y con la acción Y pasa algo similar.

Por tanto, no deja de verse cada pequeño problema como parte de uno más grande. El imanolismo no existe para el contrincante. Imanol es una cosa o es otra, pero ante todo, no es una persona. Es de un bando, amigos o enemigos, no hay más. Como mucho, puede verse como amigo para unos temas y como enemigo para otros. Pero jamás se considerará neutral. Porque la desesperación odia la neutralidad como si fuera su atacante.

La pregunta con la que yo me quedo, es: Son todo pequeños engranajes de un sistema, o son pequeños bloques de felicidad y armonía que ir sumando? Se puede justificar que algo puntual no sea efectivo o que no se pueda aplicar a la realidad, alegando que va en un conjunto de medidas que se complementan unas a otras? Las dimensiones de nuestro interés son dos, pero, y las de la realidad? se puede ser neutral?

Quizá la más grave sea: Existe de verdad la comunicación?

martes, 28 de junio de 2011

Haga lo que le dejen.

Nos quejamos de muchas cosas. De no permitirnos una hipoteca, de no poder tener un coche, de no llegar a fin de mes por culpa de mil cosas menos de las que sabemos que hacemos a voluntad: Véanse las terrazas en verano.

Hacemos una buena apuesta, tan estúpida como arriesgada. Nos ofrecemos a trabajar doce horas con tal de cobrar lo que se pueda, a la mínima montamos una familia con su casa, su coche y sus niñitos. Mejor o peor, pero siempre todo lo bueno que se pueda.

Y nos justificamos. "Si no trabajara doce horas, me echaría el jefe. Sin coche, no llegaría a tiempo al trabajo, o tendría que mudarme a la ciudad en la que trabajo. Tendría que acoplarme a horarios de trenes y autobuses. Y qué incómodos son, la leche. Por no hablar de los hijos... Quién va a sacar adelante a España cuando nosotros muramos? Bastante mala es nuestra campana poblacional, la solución es parir."

Pues mire usted, la gente con el tiempo ha aprendido a reducirse la jornada. No me haga hablarle de los curtidores del siglo décimo. El problema es que tenemos que ir todos juntos, como fuenteovejuna. Claro que tenemos problemas para reducir nuestra jornada.

Por una parte, el pequeño y mediano empresario tiene que lidiar con un peso a la espalda. La seguridad social. No me explico a dónde va el dinero que los pequeños empresarios pagan por sus trabajadores. Me parece que con 1000 euros al mes se puede pagar la educación, la salud, y guardar para la jubilación. Y sobra.

Por otra parte, con el dinero que usted recibiera por ocho o seis horas, podría vivir. Si no hubiera decidido ser camello, cargar el resto de su vida con una casa, un coche, un par de niños, una mujer poco decidida a trabajar y un piso en la costa, si le dejan.

Es más, con quinientos euros al mes se puede vivir y ahorrar, si uno deja de salir a la caña u otras drogas más potentes, o si deja de darse unas vacacioncitas cada año en un hotel de las estrellas que le dejen. Y si hay que compartir piso con otras tres personas se comparte. Es cuestión de hacerse un poco más tolerante al género humano de lo que somos. Y digo esto porque no somos capaces de dejar de discutir.

Y el paro. Qué malo es. Siempre hay alguien esperando a meterse a trabajar por nosotros doce horas, el jefe no va a querer reducirnos el sueldo y la jornada. Claro que no. Porque queremos abarcar todo lo que se ha dicho. Queremos tener hasta que no nos dejen más.

Porque no somos capaces de respetarnos entre nosotros. No somos capaces de decir no, con tal de no herir nuestros principios y ser algo solidarios con el prójimo. Y mucho menos nos vamos a dejar coser a impuestos que van a ir a los demás.

Habrá agujeros en el gobierno, pero es este principio, de dar a lo común, el que nos deja vivir de forma civilizada. Tenemos que ser conscientes de que no podemos estar pensando siempre en tener todo lo posible. Tenemos que quedarnos en lo necesario, para no hacer una sociedad en la que el que cae, no sólo se queda sin casa, sin coche... Se queda sin vida. Sin un poco de dinero para esa vida más que suficiente, sin excesos, compartiendo.

La única conclusión a la que se puede llegar de por qué no arreglamos esto, es porque estamos bien así. Porque no nos molesta ver a nuestros familiares en paro. Porque no nos importa que nuestro dinero se quede en agujeros sin fondo. Porque nos conformamos con lo que tenemos hasta que tengamos que llorar por su pérdida.

sábado, 25 de junio de 2011

Libertario, como antiliberal

Hago esta entrada porque suelo usar la palabra libertario cuando mucha gente me dice que pensaba que yo era más liberal. No nos confundamos. Y para no confundirnos para nada, puesto que libertario se ha usado en sus distintas traducciones con distintos significados mientras que yo la uso por su valor fónico, por lo que me parece que debería representar tan preciosa palabra, creo esta breve definición, muy resumida, de lo que significa para mí ser libertario cuando digo que yo lo soy.

De entrada quiero decir que si se prefiere llamar libertarismo imanolista, llámese así. No me venga nadie quejándoseme de que eso no es ser libertario. Me gusta la palabra, partiendo de su definición más básica, y aplicándola a mi manera de pensar. Comienzo, ahora sí.

Si liberal es, para mí, defender las libertades, y libertario otorgarlas, ser libertario debe significar ser antiliberal de manera democrática en una población utópica, bien formada como en todas las poblaciones que funcionan, que son ninguna. Esto es renunciar a las libertades relativamente innecesarias en pos de las inexistentes. Y paso a dar un ejemplo de lo que yo entiendo por cada cosa, es decir, a lo que me refiero cuando hablo.

En una sociedad liberal con dos modelos de coches, uno con un precio asequible para el sueldo medio y otro sólo para una minoría privilegiada, esta población respetaría la existencia de los dos coches, cada cual para quien pueda permitírselo.

En una sociedad libertaria, sin embargo, el segundo coche sería ilegalizado, o en su defecto no lo comprarían siquiera los que se lo pueden permitir, o en su defecto la población decidiría democráticamente calificarlo como objeto de lujo que gravar pesadamente en la renta. No daría ninguna facilidad, más bien lo contrario, a lo que la mayoría no puede permitirse.

No por recelo, ni por falta de empatía con el que lo desee. Actuarían así guiados por la consciencia de lo común, de los recursos como patrimonio de la humanidad que repartir en su justa medida, sin derroches, sin esas pequeñas libertades que a un hombre preocupado por las catástrofes del mundo le traen sin cuidado y le parece extraño desearlas.

Así, este libertarismo, y si no les gusta la palabra por una razón u otra pueden llamarlo X, o imanolismo; implica un deseo contínuo de cumplir un sistema de prioridades basadas en los derechos más fundamentales que conozco: Las necesidades fisiológicas. Comer, beber y dormir no son las únicas. Así pues, este sentimiento le hace a uno rechazar el segundo bocado de cualquier cosa antes de saber que todos han tomado el primero. Y si el segundo provoca un conflicto, "o follamos todos o la puta al río".

Es pues, amor a los demás, no a cada uno, no al entorno, amor al mundo, la paz y el entendimiento, o lo que es lo mismo, justo lo contrario de lo que nos interesa cuando votamos. Lo que nadie mira, la política exterior, pues sólo nos importa nuestra situación, que tan mal no estará viendo que la gente sigue metiendo el pie en el barro sin preocupación.

Es pues, un verdadero sentimiento de bienestar cuando uno cree haber hecho todo lo que podía, que nunca es posible pero para eso ya hay otros libros de autoayuda que no tienen que ver con la moral o la política.