martes, 27 de diciembre de 2011

La tangente

No me veo como izquierdista últimamente. Si en algo estoy de acuerdo es en que el dinero debe salir de donde hay y que la igualdad tiene grandes beneficios sociales. Pero contra mi instinto de tacañez, derivado del cinismo con que trato las burguesadas, está surgiendo un fuerte espíritu, creo que bastante lúcido y sensato, de dar lo que valen las cosas.

No tiene nada que ver el hecho de que me de un asco monstruoso a veces sustituido por profunda condescendencia (que no dice más de mí como persona) la gente que confía en el PP, con que sea de izquierdas. Sin duda me preocupa la igualdad, pero no la igualdad cómoda. Prefiero salirme por la tangente, poniendo a los amos al nivel de los siervos, y jodernos todos juntos siguiendo mi más adorado refrán (o follamos todos o la puta al río), que es lo único sostenible.

Saliéndome por la tangente, cosa que me encanta. Y ahora sí sigo. Los trabajos mecánicos, causados por la tecnología, están cada día más cerca de su extinción, causada por ésta misma. Es inevitable que el paro crezca conforme se desarrolle, y no estoy seguro de qué decisión darle. El sector servicios me parece sin duda una batalla a perder contra el mundo. La sociedad no está preparada para hacer de estos oficios un trabajo sano. Creo que todos somos conscientes del sentimiento de rabia esperando en una cola a que nos atiendan, y de la tranquilidad e ineficiencia que nos arrollan cuando por fin somos atendidos.

La economía de un país debe basarse sin duda en sectores menos minados por el desarrollo tecnólogico y más serios de cara a la eficiencia y productividad. La investigación, organizada de forma productiva no para el lucro de empresas, sino del país, asegurando esto mediante una organización que no me atrevo a imaginar que se encargara de subvencionar la investigación y venderla a un precio razonable, mayor que el costo de la subvención, a las empresas; sería uno de ellos sin duda.

Las cuestiones de los sectores primarios y secundarios me parecen más difíciles de encajar, como derechazos de un púgil casi. Es evidente que un país debe hacer lo posible por generar precisamente los bienes que gastan mayoritariamente sus componentes. Depender de otros países sólo puede hacer aflorar la brillante capacidad de las personas para aprovecharse de la necesidad ajena. Por ahora los explotamos, pero algún día se alzarán contra nosotros. Para eso preparamos nuestros ejércitos, no por la lucha por el poder entre las grandes esferas, sino para asegurar la supremacía del primer mundo.

Sin duda el ejército es y será necesitado mientras los siga habiendo en el resto del mundo (puede que algún día, lleguemos a no tenerlos, pasando poco a poco por desarmarlos mientras veamos que el resto de países lo van haciendo de la misma forma). Pero no tener que usarlo es sin duda un sueño bastante dulce, que podríamos conseguir si dejáramos el mercantilismo del siglo XVIII y asumiéramos que el valor de un estado se mide por lo que produce y no por lo que consume.

El problema es obvio. El cliente quiere el producto barato, el productor de la materia lo quiere caro, el que trata el producto, más aún. Dejando aparte la moralidad del asunto, el pagar lo que vale cada cosa, el disponer económicamente de lo que uno se merece y no más (dejemos de lado el aspirar a una vivienda individual con coche de lujo y pantalla de plasma), está claro que hay que hacer algo por la industria española. Si por mí fuese me gustaría que la comida fuese más cara, toda ella y no de forma aislada (ecologismo, selectismo, calidad). Más cara y no mejor, para que los trabajadores del sector agrícola y ganadero, y no los terratenientes, cobrasen un poquito más y trabajasen un poquito menos. Pero el problema real es la industria.

Hemos llegado a un punto en el que vivimos de la importación, hasta el punto de que el primer mundo no podría ser sitiado en la práctica: escaparíamos corriendo de nuestros países a China y otros países productores, sintiéndonos indefensos sin todos los bienes a los que nos sentimos acomodados. El peligro es tan grave como indemostrable. Puede que estalle la bomba que estamos escuchando hacer su cuenta atrás o puede que no. Pero sin duda hay un argumento superior al posible peligro que nos aguarda en el futuro: la estupidez del consumismo obcecado. No vengo a hablar de por qué somos tan estúpidos como para comprar de forma compulsiva todos y cada uno de nosotros, sino del peligroso hecho de que, como queremos seguir comprando, no nos importa la funcionalidad de lo que compramos. ¿Qué más da si vamos a tener que tirarlo dos semanas después, o dos años, depende del coste del objeto? Es lo que queremos. Porque queremos seguir comprando, necesitamos huecos en nuestras casas que llenar con nuevos productos actuales. Con frecuencia dejamos de utilizar lo que está camino de romperse para acabar tirándolo antes, con tal de comprar, comprar y comprar más.

Más inteligente sería, sin duda, comprar un poco más caro algo que no han hecho un par de chinos explotados para que se rompa a las dos semanas, sino un par de ciudadanos que viven como queremos que vivir nosotros, que han puesto todo su cuidado en cuidar la calidad de su producto. Y el resto, la diferencia de lo que costara esta multitud de baratijas que podríamos suplir con un producto de calidad, elegido de forma inteligente; podríamos dárselo a alguien que lo necesitara. O a un empresario, para que deje de tener razones para explotar a sus chinos, o a un chino para que no deje que lo exploten. O a quien usted quiera. Sálgase por la tangente.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Las ausencias

Es inevitable en estas fechas acudir a este tópico. Si las reuniones tumultuosas ya me recuerdan bastante mi incapacidad para decir lo que pienso apenas por encima, muchas veces sólo con pequeños gestos corporales que últimamente he descubierto que nadie nota pese a que a mí me parecían obvios, en el caso de las familiares se añade además un tiempo extra, entre conversaciones sobre las que prefiero no pensar, el protagonismo de la televisión y la gula recalcitrante que todos llevamos dentro; que me hace pensar en quienes faltan.

Abuelos que terminaron de cumplir su misión dejándose tantas conversaciones pendientes, otros familiares que les quedaban muchas cosas distintas que hacer gran cantidad de veces, familia con la que no se cena por unas circunstancias u otras, amigos que no verás como todos los años, parejas que no te acompañarán... Las relaciones interpersonales van y vienen, a veces de acuerdo a ambas partes, pero la mayoría de las que se recuerdan no. Nos vemos obligados a recordarnos que no somos seres únicamente sociales. Que tenemos todo un mundo de aspiraciones físicas e intelectuales que alcanzar y debemos ponernos manos a la obra.

En solitario suelen ser, a menudo, más difíciles, tanto que muchas veces nos acomodamos en la autocompasión de la pérdida. Es inevitable a veces darse cuenta de lo mucho que empeora nuestra calidad de vida, nuestra facilidad para obtener lo deseado. Muchas de éstas, nos vemos incapaces de redirigir con tanta severidad nuestros esfuerzos. Pero la realidad sólo puede ser aceptada y modificada. De nada sirve rezagar nuestra carrera hacia la felicidad. Una siesta no nos va a hacernos sentir descansados, y bajar el listón que teníamos puesto en compañía, aspirar a algo más fácil, gracias a vete a saber qué mecanismos, no suele funcionar. Gracias a que lo único que funciona es sacar las energías guardadas durante la compañía, energías que en un primer momento no recordamos tener aún, es por lo que algún día llegaremos a nuestras metas originales, a nuestros únicos sueños.

jueves, 15 de diciembre de 2011

El flujo

Reflexionando en buena compañía me he dado cuenta de algo que me avergüenza. Soy menos transparente de lo que creía. No he dejado de ser tan sincero con los demás como conmigo mismo, pero ahí mismo está el problema. Engañándome a mí he engañado a otros, diciéndoles que sentía lo que pensaba, y no lo que pensaba que sentía.

Esto también me hace pensar en hasta qué punto tiene sentido hablar o pensar. Quizá no tenga sentido mucho de lo que digo o hago a lo largo del día, si soy incapaz de cierta constancia, necesaria para un buen hombre de ciencia. ¿Cómo voy a aprender, si no dejo de mutar? ¿Si no puedo decidir qué es causado por mi actitud un día o al día siguiente? ¿Debo marcarme una rutina de una vez por todas, tras todo este verano de agitaciones internas?

Creo que sí, ha llegado la hora de tranquilizarme. No puedo seguir fluyendo de forma indescriptible. Quizá incluso sea malo para los demás, deba haberles molestado. Porque ¿cómo te tomas a alguien que cambia constantemente, que un día te dice una cosa, y al otro hace otra mientras piensa sobre una tercera?

Se da un fenomeno parecido al miedo a las cucarachas. Se ve uno ante una criatura tan impredecible que tiene deseos de eliminar. Seamos hormigas, predecibles, explotadas, pasivas... pero constantes.

La canción de hoy es...

domingo, 11 de diciembre de 2011

El rifle

A veces es necesario amputar. Y si se hace mal, y sale gangrena, volver a hacerlo.

Conforme una herida se abre, nuestra naturaleza nos hace escupirnos, muchas veces infectándola. Somatizar está a la orden del día. Pero no debemos permitirlo.

Ser feliz es un deber, conforme yo comprendo este adjetivo al menos. La tristeza autocompadeciente no es sólo dañina para uno mismo, sino perversa inevitablemente.

La mayoría de las veces estamos sometidos a mecanismos emocionales que, aunque luchan por la igualdad, porque todos reciban lo que consideramos que cada uno merecemos por el hecho de estar vivos o "portarnos bien", también llevan la misma inercia que poseen los estúpidos por naturaleza, los que lo desean y no tienen motivaciones pese a que se les haya dado todas las facilidades. Muchas veces nos conducen al fracaso en la misión de aprender, la misión más importante de nuestra vida, la que nos caracteriza como personas. Porque es difícil aceptar lo que uno ha hecho mal, aceptar que siempre lo podría haber hecho mejor, y sobretodo aceptar que la próxima vez habrá que esforzarse más. Somos perros como nosotros solos.

Perros de hortelano. No sólo luchamos contra la idea de aprender y mejorar, diciendo cosas como que "no podemos sentirnos de otra forma", que "somos así"; "Es natural", los más ineptos o los que se creen más leídos; sino que además luchamos porque sean estandarte de nuestra nación estos sentimientos. "Amar es necesitar", "Míralo, qué mala persona (sustitúyase por el insulto que sea conveniente), que parece que no le ha afectado tal...", o incluso tachar de insensibles a personas que hacen lo que pueden frente a otras mucho más sensibilizadas que se rajan las vestiduras hablando de tal o cual problema sin ningún problema de conciencia pese a hacer gestos simbólicos y tomarse a la torera las decisiones importantes (esa doble moral tan característica de las sociedades religiosas que todos tenemos en mayor o menor medida).

Es prueba suficiente de esto el mismo hecho de dejar que estos sentimientos se alojen en nuestras más profundas cavidades sin ponerles pegas. Pero hay que sacar el rifle, hay que reconocer el objetivo, hay que admitir lo malos que somos y lo banales que son los instintos que nos hacen aflorar estos sentimientos aunque no se puedan admitir en público porque, ya que nadie lo hace, quedaríamos como los únicos que son simples, los únicos que se guían de forma tan egoísta y estúpida... Pero sí que hay que vernos siempre simples. Reconocer que no somos sino ratones de laboratorio, guiados por el hambre, la sed, el miedo a la muerte, la territorialidad (derivada del anterior), y el deseo de aceptación socioemociosexual (derivada también). Y reconocer que somos terriblemente malos y pecamos de todos los capitales y los que consigamos inventar.

Por eso hay que sacar el rifle y arremeter contra uno mismo, antes de que acabemos amando el error y el dolor hasta el punto de que buscar el bien común sea una horripilancia.

Sólo anotar que en el otro extremo de esta dimensión, enfrentada a la tristeza más autocompasiva y más estatizante, está la sonrisa de blues. Ese grito de borracho destripando todos los males de un corazón sin dejar de decir con la mirada "Y qué?". Porque se le dice estoico a alguien cuando se sabe que está sufriendo. Pero también, y únicamente, se le debería decir cuando sus miedos y dolores, sus emociones, no son patológicas, no le impiden desarrollarse.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Las cejas

Mi ceño se va tranquilizando poco a poco. De fruncido pasó a sorprendido poco a poco, y por fin parece que va a volver a la normalidad. Es extraño no el aprecio, sino el impulso de imitación que siento. Las calles son las mismas de siempre, pero cada vez tengo más razones para sonreir. Se ha convertido en mi ejemplo a seguir, quizá sea la única vez que creo realmente que todos deberían parecerse más a ella.

Me acabo de delatar yo solito. Realmente. Típico adverbio de Pedro y el Lobo. Y sin embargo, me siento mucho más convencido. Antes no necesitaba que siguieran su ejemplo, y ahora sin embargo siento necesidad de predicar por éste.

No dejo de darle vueltas a las tres etapas del ciclo de retroalimentación de la dualidad persona/realidad. Sentir la realidad y actuar en consonancia, con un bucle entremedias como intento de procesamiento. Sentir, pensar y actuar, qué idílico.

No debemos olvidar nuestros deseos, ni dejar que nuestros miedos nos coaccionen. Que nos hagan pensar lo que no debemos es inevitable. Pero lo principal, para no caer en una trampa de la que no podamos salir, es no dejar de sentir.

A eso me dedico y en ello vuelco mis esperanzas cuando por la calle, intento por unos segundos dejar de ser un robot e intento sonreir como sólo sabe una persona.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El corazón

La tormenta ha llegado. Increíble ver cómo se desboca uno, qué se puede sentir. Y sacas la cara de la pantalla y te sientes enjaulado. La estética de la biblioteca general ayuda con tanto ventanal subdividido hasta la saciedad.

Las manos frías. En manga corta en Noviembre. Y la cara ardiendo. Impaciencia ha vuelto al hogar con su amiga Inquietud. Paras un momento y notas como el pecho se te hincha en un suspirar lento, jadeante, que te hace notar, por contraste, tu ritmo cardíaco.

Se siente uno más vivo porque actúa más. Porque piensa menos. Qué raro que se derrame con más fluidez el tiempo entre las manos cuando más inquieto está uno. Como hacer todo y nada.

Inestabilidad completa. A cada momento viene a la mente un sentimiento distinto. No sabe uno cómo se encuentra. De todo menos tristeza y tranquilidad. Una cadencia acelerada con pequeños parones, tan cortos como para no sentir descanso y tan largos como para no dejar de preguntarse cuándo volverá a empezar.

En conclusión, me siento como mi hamster dentro de su rueda, intentando escapar de la jaula a algún paraíso de roedores, quizá en Tomelloso.

Ahora caigo en por qué mi manga corta. Tras las Flores viene el Verano. Disculpad mi prosa por lo inexplicable de mi sentimiento.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El sueño

La realidad no me quita el sueño. Pase lo que pase, hagan lo que hagan, por ahora al menos no me afecta el mundo. Me afecto yo.

En lo único que pienso cuando intento dormirme es en qué voy a hacer al día siguiente y qué he hecho ese mismo día.

Al día siguiente me esperan decisiones por tomar con sumo cuidado. No me preocupan los resultados, me preocupa conseguir hacer las cosas justo como creo firmemente, para mis adentros, que debo hacerlo. Algunas veces reina el mundo del bien y consigo hacer lo que realmente creo lo mejor, y en otros momentos me dejo llevar por las sensaciones del momento y acabo haciendo lo que no debería.

Como siempre, pesa más lo malo que lo bueno. Pero afortunadamente, los temas que más rebotan en mi cerebro, que más fácilmente me calientan la cabeza, los llevo bien por ahora. Quizá el tabaco y madrugar sean mis peores fallos en este momento.

Desencanta completamente ver cómo los instintos más primarios lo toman a uno en brazos y lo titiritean como quieren. Cuánta maldad puede sentir uno mismo dentro de su corazón cuando ve que no hace lo que se propone porque no quiere, porque un vicio ha pasado a ser parte no sólo de los hábitos sino también de la personalidad, de la mente, de uno mismo.

Me consuela ver que otros que me han hecho sentir peor han quedado dormidos por la abstinencia. No muertos, pues esperan a que llegue su momento, pero parecen haberse rendido a mi voluntad hasta que yo reclame su ayuda. Quién iba a pensar que yo iba a creer en la castidad de verdad, la mental, que iba a conseguir separar mentalmente sentimientos tan relacionados con el sexo para buscar éstos firmemente despreocupándome del segundo. De verdad que me sorprende.

Eso me recuerda que casualmente llevo hoy mi camiseta de Borat, en la que reza "I like sex, it's nice". Me encanta la dulzura de la frase, hablando del sexo como una apetencia, como una afición de moderada prioridad. Como si, en definitiva, la amistad pudiera ser mucho más que amistad sin que hubiera sexo. Como si pudiéramos ser felices con o sin sexo. Como si lo que realmente importara fuera un abrazo, una sonrisa o una mirada. Como si por fin nos diéramos todos cuenta de que somos parte de un único organismo, y amar y cuidar a los demás fuera la única forma de conseguir nuestra felicidad.

martes, 1 de noviembre de 2011

Las sonrisas

Me parece fascinante la facilidad que tengo para ver lo primarias que son mis necesidades, lo animales que son mis sentimientos. No sé si tengo alguna virtud para ver de forma estrictamente material, si soy un capullo soñador que se cree que entiende por qué nos comportamos de forma tan aparentemente absurda cuando conoce a una persona casi tanto como a uno mismo, o si soy tan simple que se hace evidente el motivo de por qué actúo o me siento de una determinada forma.

En la última entrada acababa hablando de los miedos, que cimentan nuestras relaciones socioamorosas a la vez que las llevan al derrumbamiento. Aquí viene otra vez mi insatisfacción a la hora de hablar de esta palabra: me parece que lo anterior demuestra que esta palabra no puede sino englobar dos cosas de naturaleza muy distinta. Algún día hablaremos de eso.

Hoy quiero hablar de las sonrisas, esa palabra que tanto se parece a la risa, otro concepto muy dual, con intenciones (y consecuencias) muy distintas dependiendo del momento. No sé de donde viene esta palabra, pero me hace gracia que sea son-reir. A veces fantaseo con que es reir al son, reir en armonía. Reir sin que quepa duda de que, además de gustarnos la situación, empatizamos con las personas (o lo que consideremos personas) presentes. Una forma animal de ponernos, al menos temporalmente, una misma bandera junto a las personas con las que estamos, como pintarnos la cara de una determinada forma. Una sensación sin duda colectiva. Un símbolo de pensamiento común con esas personas, de sentirse parte de un mismo ser.

Qué distinta es una situación con las mismas personas, si un día abundan esas sonrisas y otro día hay, no caras largas, simplemente una cara estándar para ir por una calle en la que no vemos a ningún conocido. Parece que cualquier comentario con una sonrisa pueda llevar buena intención. Luego se aprende que hay sonrisas y sonrisas. Pero en todo caso, un comentario sin sonrisa puede dar pie a multitud de reacciones distintas dependiendo de la persona.

Con relativa seriedad, un comentario puede parecernos significar una intención de que deberíamos cambiar, o incluso de que si no cambiamos habrá consecuencias. No olvidemos que muchos de ellos son una forma de autoregulación social. Expresar nuestra opinión sobre un tema es aprobarlo o suspenderlo. Por eso en los juicios no se sonríe.

Seguro que muchos piensan que no se puede sonreir todo el rato, que hay cosas que cambiar. O que el valor de una sonrisa es que salga en determinados momentos y no siempre. También se dice así. ¿Pero no quiere decir eso que no estamos contentos con lo que nos rodea? ¿Por qué iba a colaborar nadie con nuestra búsqueda de mejoría si no sabe si es parte del problema? Es más, ¿acaso podemos cambiar algo como personas individuales?

Miro cómo funciona el mundo a gran escala y no puedo evitar pensar en tribus. Tribus que se sonríen entre sí cuando están en el hogar y que sacan los colmillos cuando están en el campo de batalla. Sin duda gracias a esas grandes uniones, con personas con las que nos identificamos, con nuestros compatriotas, o con los modos de vida que vemos a través de las películas, es como conseguimos remar de forma acompasada en esta barca en dirección a nuestro objetivo.

¿Pero no estamos en la misma barca todos, en esta Tierra? ¿No deberíamos ponernos de acuerdo en un objetivo común, un camino entre medias de las metas de unos y de otros, intentando que cada cual pueda saltar a su orilla, pero sin duda lleguemos cuanto antes en vez de amotinarnos paralizando toda nuestra maquinaria, malaprovechando los avituallamientos que conseguimos antes de zarpar?

Se puede pensar que lo más eficaz es eliminar al otro bando y hacerse dueños del barco, o imponer nuestro punto de vista y esclavizar a los que estén en contra. Pero temo que ni siquiera así podamos llegar a la costa. Quizá nos hagan falta no sólo los músculos del otro (que habrá quien piense que ni siquiera eso), sino también sus emociones y sus sueños. No olvidemos que la locura nos da fuerza, que un soñador se esfuerza más que un esclavo.

Y eso me lleva a otro punto pendiente. Si mientras luchamos no sonreimos, ¿no habrá soldados que teman más a sus propios comandantes que a los del adversario? ¿No nos acobardaremos, no perderemos nuestro estímulo, cuando dejamos de sonreir?

Es un gran problema sentirse esclavo, sea de nuestros propios intereses o de los del adversario. Quizá sólo sea un impulso a no esforzarse, a mantener nuestras fuerzas por si al segundo siguiente tenemos que luchar a muerte por nuestra vida con un hermano o con un vecino. Esa pereza inherente a todo nuestro género que muchos ni siquiera dicen querer combatir.

Mi conclusión es que cuando desee más fuerzas sonreiré a mi alrededor. No sólo porque cuando más agotado está uno siempre puede, en vez de parar y creerse extenuado, sonreir y sentirse aliviado mientras observa que las consecuencias de sus esfuerzos se multiplican; sino porque también cabe la posibilidad de que una sonrisa nos de fuerzas, nos haga pensar por un momento que nos movemos al mismo son.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Los vicios

Hace ya tiempo que no escribo, desde que la Rusca volvió a tomar fuerza. Si he vuelto es porque se ha tranquilizado, y no sé si significa que decide dejarme en paz un rato hasta que vuelva a aunar miedos y rencores para seguir batallando, o porque ha decidido que me tiene dominado.

El despertar de Rusca vino de la mano de alcohol y tabaco. El primero ha sido fácil erradicarlo de mi rutina, pero el segundo ha vuelto con ganas, poco a poco, con vaselina pero pies de plomo. Y con ello la ha hecho más agresiva que nunca. Hay cosas que nunca se separan, y por lo visto, el tabaco que un día me alivió de mis pajas mentales, es algo que siempre asociaré a ellas. Desde que he vuelto a fumar, la neurosis aumenta y aumenta, no sé hasta dónde llegará. Cada día que pasa me preocupo más, recuerdo más vivencias, me hago más daño en definitiva. El tabaco está asociado inevitablemente a muchos ámbitos de mi vida que ahora no me benefician, me parece.

Con todos esos recuerdos y pajas mentales ha venido la catástrofe sobre mi deseo de transparencia. La castidad al menos aparente ha ayudado sin duda. A ratos, me siento más inseguro que nunca sobre la posibilidad de ser transparente y sobrevivir felizmente. A otros tengo un gran arma que me ayuda a ver en las catastrofes condicionales salud social. No me acaba de convencer, pero me apacigua que no sean del todo apocalípticas mis expectativas de futuro en estos temas tan escabrosos y, por otra parte, tan ninguneados principalmente por mujeres.

No quiero sonar machista, entiendo perfectamente estas minusvaloraciones tras las situaciones crueles que se dan, pero creo que no hay que olvidar que son estas minusvaloraciones las que provocan esas situaciones, aunque no se les pueda considerar culpables de esos tormentos que basan los prejuicios que a muchos nos tratan de forma injusta, pero a otros alejan adecuadamente.

Adecuadamente para no tocar fibras sensibles, miedos personales, el origen inevitable de toda catástrofe emocional, sea al propietario o al arrendatario. Aunque si los primeros generan el sufrimiento, ya hay mecanismos que lo embolsan, y lo que revienta estas bolsas salpicándonos de nuestras propias lágrimas no deja de ser sino un vicio de los segundos. Todos, la gente, los demás. Nuestros acostumbrados desconocidos.

domingo, 25 de septiembre de 2011

La piel

Llega un momento en que uno se cansa de vestirse. No se ve bien ni con la ropa más sencilla. Parece que el mundo se divide en franjas de edades, a su vez en bandos, a su vez en tribus, a su vez en grupillos... todo ello antes de llegar a uno mismo.

Está bien decidir entre comunidades las cosas comunes, pero no hay que olvidar la horizontalidad que se merece el mundo. Todos somos personas con sus situaciones, y no nos merecemos aislarnos al final de la rama. Deberíamos ser todos un tronco.

Andamos por la calle sin mirar a nadie, nos evitamos pensar que estamos rodeados de personas que nos afectan. Es más, nos evitamos pensar en que la globalización hace que dependamos de la población mundial y cada uno de sus habitantes, de cada uno de nosotros.

El otro día me contaban que un roedor ártico se reproducía hasta que sus cotas de población llevaban a sus individuos, instintivamente, a suicidarse lanzándose al mar para morir congelados.

Nosotros, con nuestra capacidad para la neura, paseamos como si sólo viviésemos nosotros y nuestros conocidos, sin saludar al vecino del segundo si nos cruzamos comprando el pan, o evitando mirar al compañero de clase con el que no hemos cruzado palabra nunca.

Tenemos miedo de pensar que existen realmente, que estamos rodeados contínuamente y no podemos actuar libremente como lobos esteparios. Tenemos miedo de desnudarnos, derretir esa fría máscara que llevamos y sonreir o gritar conforme nos sintamos.

No queremos decirle al primero de turno cómo nos sentimos, o qué pensamos, o qué nos pasó anoche en tal sitio, nuestra persona es un secreto que contarle a los más allegados, a los que hemos creído, por experiencia rutinaria, capaces de tolerarnos.

Por eso hay que luchar por expresarse, dedicarle aunque sea una mirada a cualquiera que pase por nuestro lado. Por eso hay que empezar a sentir.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El Cerebro

La Rusca ha vuelto a calmarse. Me gustaría decir que lo mío no son las expectativas, pero he acabado comprendiendo que hay algunas expectativas que se toman inevitablemente, por ser justo. Fácil sería la vida, emocionalmente, si diésemos por sentado que nos rodea basura de la que no podemos esperar nada, pero no podemos hacer ese juicio. Quiero pensar que no es por falta de esperanza, que no es porque uno necesite creer en algo, sino porque siempre hay algo que se merece confianza pese a no conocerlo lo profundamente suficiente como para dársela.

Siempre hay un balance entre lo que damos y lo que recibimos, y si hablamos de bondad, por supuesto refiriéndose a la buena intención de cada uno, no a ninguna guía moral, desde luego debemos dar más de lo que recibimos. Me es difícil entender que alguien crea que es bienintencionado dando menos buena intención de la que cree que recibe.

Y por supuesto, si valoramos las buenas intenciones, será de sabios esforzarse en ser especialmente bienintencionado con quien le parece a uno especialmente bienintencionado, todo sea por aumentar la concentración de buenas intenciones. Cómo me encanta deducir estas cosas de una manera tan aburridamente lógica sabiendo que es pura intuición, que nada tiene que ver con la razón sino con la aleatoriedad del pensamiento.

A lo que íbamos, vamos a seguir con la norma de que el amor que se da es que el se recibe más uno, nunca más. Si eso significa renunciar a la voluntad sexual, esperar a que lo cazen y lo violen a uno, lo mismo da. Lo importante es saber que no se está echando en saco roto, como estaba claro desde un principio. Sólo que ahora va a haber que asegurarse un poco más.

Me tienta ponerme un castigo si vuelvo a incumplir la norma, si vuelvo a hacer algo sabiendo que no es el buen camino, que está destinado a fallar, que es incluso la forma más segura de segar la esperanza de algo continuado en esa dirección. No se me ocurre, realmente, castigo que me hubiera hecho no actuar como he actuado. Eso me reconforta, significa que estuve realmente seguro de que podía funcionar, por absurdo que parezca. Ya sé de qué no beber ni fumar. Ya lo sabía, pero no me esperaba algo así.

A todo esto, la palabra gustar me empieza a parecer absurda. Quizá tras tantos años me haya conseguido librar de mi carácter enamoradizo con las últimas tragedias, quizá sea sólo un espejismo que no dure ni tres días. Sin duda lo mío ha rozado el esperpento de lo que odio del gusto entre hombres y mujeres. Corrijo, lo ha pisoteado y superado. El esperpento me parece poco, he llegado hasta el sardonismo.

Sardonismo porque uno acaba sonriendo en una mueca, a causa del dolor que sufre. Se disfruta, sin duda. He aprendido bastante del masoquismo, el de verdad, no el que criticaba a los neuróticos o a los emos. No es por el consuelo de que no hay nada peor que lo que se sufre en el momento, ni tampoco porque se pueda pensar que pese a todo, uno sigue adelante. Es porque se da uno cuenta de que lo que más se sufre es lo que más recordará uno, lo que más nos moldeará, de lo que estaremos orgullosos.

lunes, 15 de agosto de 2011

La cabeza

La Rusca se ha quedado dormida en mi cabeza. Me siento realmente tranquilo, y como no he hecho nada para que se duerma, no me preocupa que lo que haga la despierte, al contrario, espero que siendo como he sido siga dormida.

Antes o después llega un momento en que uno se sienta y, antes de arrancar y seguir la ruta, se queda pensando en lo orgulloso que está. De sus proezas y sus fallos, de cómo las ha llevado, de cómo ha sobrevivido felizmente.

Y es que lo más importante es no tener una Rusca remordiéndote, hacer las cosas de la única forma que no se puede evitar. De la forma en la que lo quiere la Rusca, lo más propio de uno mismo, sus errores, el yo al otro lado del espejo, que le mira a uno antes de ducharse, de arriba a abajo, sin compasión.

El que ahora sonríe porque se siente solo, ignorado, el que le gusta estar tranquilo sin que lo despierten. El que sale cuando uno tiene suficiente miedo como para actuar sin pensarlo, el que actúa sin pensar llenándote de felicidad, comiéndose todos tus miedos de una cuando se han acumulado demasiados. Porque sentir es la única forma de vivir, y tener miedo la única forma de actuar adecuadamente. Improvisa sin preocuparte, porque es inútil.

Ten miedo del todo, y dejarás de tenerlo.

domingo, 7 de agosto de 2011

Los riñones

Me han dejado de doler, se ve que la Rusca se ha apaciguado. El mundo es de colores. No sé si ha sido tan colorido antes, problemas de mi memoria de pez. Hay quien perdona mis olvidos por tener memoria de pez, hay quien piensa que son por falta de atención. No me preocupa, en estos momentos sólo puedo mirar al vacío con cara de póker sintiendo la tranquilidad que dan cuatro ases.

Un póker de ases no es la mejor jugada, y sin embargo cualquiera se sentiría tranquilo con ella. Podría ser porque pensemos que no es probable que salga otra jugada mejor en la partida. No creo. Rayados estamos todos, por delante o por detrás, y antes o después tendríamos en cuenta que es posible, que todavía pueden fallarnos las piernas y perder todo.

Pero no lo hacemos. Y eso que los humanos somos grandes neuróticos. Quizá nos da tranquilidad porque es la jugada que da nombre a como todos llaman al juego, póker.

lunes, 1 de agosto de 2011

Lo llamo amor porque no tengo ni idea de lo que es

Me cago en el "ahora no estoy seguro de lo que quiero", me cago en el mito de que por ser hormonas uno se tiene que sentir alienado de sus sentimientos (cosa que no se puede evitar, al verse a uno desde fuera), y me cago en el "estoy bien solo".

No dejan de ser ciertos, y sin embargo no puedo evitar negarlos. Maldita tentación.

Hace unas semanas pensé en dejar de pensar, pensé en no tener expectativas, en dejar de preocuparme por el futuro si no tenía ni idea de cómo actuar para mejorarlo. Pensé en improvisar, en que salga lo que salga. Y ahora no me conformo.

Tiré la lista de deseos a la basura, y sólo me ha servido para tener que escribirme el último en la mano. Y ahí, la tinta entra en la piel y va poco a poco por los capilares hasta que llega al corazón si no queda retenida en los riñones. Será por eso que me duelen, porque por mucho que lo han intentado la tinta ha pasado. Como la Rusca en la sonrisa etrusca, la tinta se pasea en mi interior, acomodándose en un lado u otro, condicionándome a actuar de forma que no se queje y me mordisquee desde dentro.

Es inevitable esta profunda incertidumbre, esta contínua presión por conseguir lo que se desea, por ser mejor de lo que se es.

De repente el mundo se me hace extraño. No sé hablar y apenas escuchar, estoy ensimismado mientras mi Rusca deshoja una margarita de infinitos pétalos. O se la quito, o no dejaré nunca de estar jilipollas.

No puedo seguir haciendo lo mínimo. Necesito diálogo, y soy incapaz de sostenerlo. Voy musculándome poco a poco, a veces parece que lo conseguiré, pero aún soy incapaz de decir lo que siento, aún tengo miedo a que cambien las cosas. Me tiré al vacío, no teniendo miedo a nada, y tras caer en una esponjosa nube, me ha dado vértigo, no aguanto la idea de que se desvanezca.

El problema siempre es el tiempo. A veces tan lento y a veces tan rápido. Cómo me gustaría que fuera suficiente lento para aprovechar estos momentos más, y que pese a mi jilipollismo, pudiera avanzar en mi capacidad para hablar y para sorprender. Y cómo me gustaría que fuera suficiente rápido para saber lo antes posible si sorprendo.

Sí, tengo necesidad de sorprender, ya no me basto con mi yo más normalito, necesito ser un superhombre más que nunca y me da miedo que tanto músculo rompa la vestidura que me regala.

Podría haber sido más breve, y pasar directamente al resumen, pero así una entrada no tiene gracia. Que si los segundos no pasan suficiente rápidos o suficiente lentos, que se pare el tiempo. No sé cuánto quiero, o a cuánto puedo aspirar, sólo quiero seguir paladeando estos momentos.

miércoles, 6 de julio de 2011

El dios de la paz

Cuento escrito por un personaje ficticio de la serie anime y manga "Monster"

http://www.youtube.com/watch?v=shpE8Kkw6ls



No recuerdo si se decía el final a continuación en la serie, pero me parece que se corta en el punto perfecto para reflexionar sobre si uno es un dios de la paz, si está bien ayudar tanto a los demás y apenas ayudarse a sí mismo, si se había convertido en un demonio por no ayudarse, o era un demonio por solucionar los problemas de los demás? Podrían ayudarlo los demás a dejar de ser un demonio? Lo harían?

Desde luego, los cuentos de Monster no dejan indiferente. Luego colgaré los otros dos que hay.

Gente de izquierdas.

Voy a hablar de lo que yo llamo gente de izquierda. En unos tiempos fue simplemente la oposición, en otros los que decían ser progresistas. Me importa un carajo.

La definición más exacta que encuentro de ser de izquierdas es quizá la más triste: aquella persona que es incapaz de ponerse de acuerdo con suficiente gente sobre cómo solucionar el problema de la pobreza. Esto se deriva de la definición principal, pero menos práctica a la hora de distinguir: persona que está dispuesta a hacer cambios sustanciales para solucionar la pobreza. Eso de sustancial suena como muy relativo, no? De ahí que prefiera la primera.

Somos incapaces (me incluyo, igual otros no me incluyen) de ponernos de acuerdo en lo que tenemos que hacer para solucionar este problema, y en qué orden. No por capricho, sino por desesperación. Ser de izquierdas significa también tener unos sentimientos importantes por la vida y dignidad de otras personas que lo están pasando mal, que se están muriendo o corren contínuo riesgo. Si incluimos que una buena parte lo son por intereses propios, debido a su situación precaria (igual no son tan fuertes esos sentimientos por el prójimo, o sí, pero suelen mostrar bastante empatía, eso casi siempre), más motivos para que nos demos de ostias entre nosotros.

Podríamos decir, en todas las casas cuecen habas, igual algún partido mayoritario puede ser de izquierdas o tener esa preocupación aunque diga ser de derechas. Nunca.

La naturaleza humana es como es, y jamás una gran parte de la población se pondrá de acuerdo con suficiente preocupación, porque serán conscientes (o subconscientes) de su poder y no estarán dispuestos a hacer cambios drásticos que les perjudiquen. Los locos, preparados para dar buena parte de sus bienes y cambiar su estilo de vida en pro de la mayoría absoluta (que no la nacional), siempre son pocos.

Un grupo mayoritario sólo puede decidir entre no hacer ningún cambio a favor, o hacer alguno, cada cierto tiempo, insuficiente.

Insuficiente porque siempre habrá algún loco como yo esperando a dar más al prójimo que la mayoría.

PD: Las limosnas no solucionan nada. Son la droga a la que sometemos a los pobres para que no se rebelen, nos roben, nos insulten... Y no hablemos de los dramas que provocan las mafias, con gentes extorsionadas que no tienen hambre, sólo quieren dinero para pagarles y que les dejen en paz... La única solución que veo es que roben comida cuando tengan hambre y duerman en las aceras hasta que a la gente se le parta el alma. Por desgracia las muertes de indigentes no aparecen nunca en los telediarios.

sábado, 2 de julio de 2011

Privatización sanitaria y otros absurdos.

Voy a hablar sin información, como merece la pena. Porque al final, con unos datos o con otros, se maquilla hasta a Rajoy.

Analicemos primero la sanidad actual. Desventajas contra la privatización: Mala gestión e ineficiencia. Las dos, derivadas de lo intocables que son los funcionarios y la poca autogestión que tiene un sistema como éste. Es inevitable que los neumáticos se pinchen si no hay nadie que nos haga inflarlos. Numerosos son los casos de médicos que, con una situación mejor o peor, lo cierto es que o bien tratan como quieren a los pacientes, o bien entran a trabajar cuando les apetece. Por no decir que el sistema de citas, si lo que pretende es una atención rápida, que no te den cita para dentro de tres semanas, en unos casos no lo consigue y en otros sólo alarga la jornada del médico que no puede tratar a sus pacientes en el tiempo estimado.

Otros dirán que hay gente que va al médico sin que le pase nada, o que los inmigrantes están colapsando el sistema por entrar sin tener cartilla, o teniéndola pero no mereciéndola por no ser españoles. Ambas cosas deben seguir permitiéndose, en tanto que son un derecho. La primera, además, nos puede pasar a cualquiera, y si no lo hacemos igual caemos en una imprudencia. Quizá el padre del que use ese argumento no le dijo suficientes veces "más vale prevenir que curar". La segunda es cuestión de desinformación. Si supiéramos cuánto contribuyen a la economía española los inmigrantes, teniendo en cuenta lo que se les da a cambio, sabríamos que el balance es positivo, en concreto en 100 euros por español. Éso es lo que nos regalan. Por supuesto que no llega a la cartilla, va a pagar las cosas que votamos y que ellos no han elegido ni se han beneficiado de ellas.

La mala gestión y la ineficiencia radican de un mismo problema: el espíritu de trabajo. No se va a arreglar con la privatización, pero lo que se argumenta a favor de ésta es que, conforme más bajo está uno en el escalafón de la empresa, más espíritu de trabajo tiene, por interés en conservar su empleo. Por esa parte bien, si la empresa es una pirámide suficientemente achatada. Que haya una horquilla salarial, que no haya cargos intermedios que se relajen por la altura de su puesto. Que los accionistas sean de banca pública, a título personal, con un límite de acciones por persona razonable, para que el beneficiado de la gestión no sea un trabajador, casualmente con un alto cargo, y que estos accionistas se organicen en esta empresa para gestionarla adecuadamente. Y cuantos más sean, y de forma más equitativa (por eso el límite de acciones) mejor.

Me temo que la situación financiera no va a permitir ésto. Así que los médicos dejarán de ser una clase superior, para pasar a explotar unos cuántos de ellos (si es que lo son tanto como los explotados) al resto de médicos. No sé en qué nos puede beneficiar esto.

Respecto al copago: Si pagamos todos lo mismo, una jodienda para el que no va siquiera. Si pagamos conforme usamos la cartilla, razón de más para olvidársela e ir a urgencias. Y no hablemos de cobrarle más o menos dependiendo de si tienen un resfriado o una apendicitis.

Y lo peor de todo, que agrava todo esto, son las concesiones. Ni va a haber una pluralidad de empresas sanitarias con medidas que igualen sus condiciones, de forma que el pueblo pueda elegir entre varias, costando éstas lo mismo o dentro de una horquilla por lo menos, ni mucho menos se va a dar el privilegio del monopolio a la empresa más eficiente. Ya sabemos cómo funciona lo demás.

jueves, 30 de junio de 2011

Cuánta tierra necesita un hombre para vivir?

Podría poner sólo un link, pero quiero guardar este cuento para siempre, así que paso a copiarlo tras citar las fuentes que me lo han regalado: Nodo50 e, indirectamente el Portal Libertario OACA. Os recomiendo ambos sitios sobradamente. Y de paso cojo pruebas de que no soy el único que aplica "Libertario" con mi significado, al menos en parte. Interesante artículo "Sobre los libertarios"

Ahora sí, abro paso a Tólstoi:

"Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -pensaba a menudo- los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."

Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.

"Qué te parece -pensó Pahom- Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."

Así que decidió hablar con su esposa.

-Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.

Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.

Así que ahora Pahom tenía su propia tierra. Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena cosecha. Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. Así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos. Cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. La hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. Antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.

Un día Pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. Pahom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el Volga, donde había estado trabajando. Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una avilla. Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos vacas.

El corazón de Pahom se colmó de anhelo.

"¿Por qué he de sufrir en este agujero -pensó- si se vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".

Pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad. Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom estaba en mucha mejor posición que antes. Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba.

Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción, Pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. Fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pahom ahorró dinero. Podría haber seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.

"Si todas estas tierras fueran mías -pensó-, sería independiente y no sufriría estas incomodidades."

Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó que acababa de regresar de la lejana tierra de los bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.

-Sólo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- Yo regalé como cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.

"Vaya -pensó Pahom-, allá puedo tener diez veces más tierras de las que poseo. Debo probar suerte."

Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió el viaje, llevando consigo a su criado. Pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor les había aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus tiendas.

En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se reunieron en torno al visitante. Le dieron té y kurniss, y sacrificaron una oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su carromato y los distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. Los bashkirs parecieron muy satisfechos y le dijeron que debía hablar con el jefe. Lo mandaron a buscar y le explicaron a qué había ido Pahom.

El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a Pahom:

-De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras en abundancia.

-¿Y cuál será el precio? -preguntó Pahom.

-Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.

Pahom no comprendió.

-¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?

-No sabemos calcularlo -dijo el jefe-. La vendemos por día. Todo lo que puedas recorrer a pie en un día es tuyo, y el precio es mil rublos por día.

Pahom quedó sorprendido.

-Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -dijo.

El jefe se echó a reír.

-¡Será toda tuya! Pero con una condición. Si no regresas el mismo día al lugar donde comenzaste, pierdes el dinero.

-¿Pero cómo debo señalar el camino que he seguido?

-Iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí. Puedes comenzar desde ese sitio y emprender tu viaje, llevando una azada contigo. Donde lo consideres necesario, deja una marca. En cada giro, cava un pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. Puedes hacer el recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio de donde partiste. Toda la tierra que cubras será tuya.

Pahom estaba alborozado. Decidió comenzar por la mañana. Charlaron, bebieron más kurniss, comieron más oveja y bebieron más té, y así llegó la noche. Le dieron a Pahom una cama de edredón, y los bashkirs se dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y viajar al punto convenido antes del amanecer.

Pahom se quedó acostado, pero no pudo dormirse. No dejaba de pensar en su tierra.

"¡Qué gran extensión marcaré! -pensó-. Puedo andar fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los días ahora son largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra. Venderé las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la trabajaré. Compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos peones más. Unas noventa hectáreas destinaré a la siembra y en el resto criaré ganado."

Por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.

-Es hora de despertarlos -se dijo-. Debemos ponernos en marcha.

Se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato), le ordenó uncir los caballos y fue a despertar a los bashkirs.

-Es hora de ir a la estepa para medir las tierras -dijo.

Los bashkirs se levantaron y se reunieron, y también acudió el jefe. Se pusieron a beber más kurniss, y ofrecieron a Pahom un poco de té, pero él no quería esperar.

-Si hemos de ir, vayamos de una vez. Ya es hora.

Los bashkirs se prepararon y todos se pusieron en marcha, algunos a caballo, otros en carros. Pahom iba en su carromato con el criado, y llevaba una azada. Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana estaba rojo. Subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un sitio. El jefe se acercó a Pahom y extendió el brazo hacia la planicie.

-Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes tomar lo que gustes.

A Pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen, chata como la palma de la mano y negra como semilla de amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.

El jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo y dijo:

-Ésta será la marca. Empieza aquí y regresa aquí. Toda la tierra que rodees será tuya.

Pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. Luego se quitó el abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas. Se aflojó el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el pecho del jubón y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la azada y se dispuso a partir. Tardó un instante en decidir el rumbo. Todas las direcciones eran tentadoras.

-No importa -dijo al fin-. Iré hacia el sol naciente.

Se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol asomara sobre el horizonte.

"No debo perder tiempo -pensó-, pues es más fácil caminar mientras todavía está fresco."

Los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte cuando Pahom, azada al hombro, se internó en la estepa.

Pahom caminaba a paso moderado. Tras avanzar mil metros se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento apuró el paso. Al cabo de un rato cavó otro pozo.

Miró hacia atrás. La loma se veía claramente a la luz del sol, con la gente encima, y las relucientes llantas de las ruedas del carromato. Pahom calculó que había caminado cinco kilómetros. Estaba más cálido; se quitó el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha. Ahora hacía más calor; miró el sol; era hora de pensar en el desayuno.

-He recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y todavía es demasiado pronto para virar. Pero me quitaré las botas -se dijo.

Se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y reanudó la marcha. Ahora caminaba con soltura.

"Seguiré otros cinco kilómetros -pensó-, y luego giraré a la izquierda. Este lugar es tan promisorio que sería una pena perderlo. Cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."

Siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la loma era apenas visible y las personas parecían hormigas, y apenas se veía un destello bajo el sol.

"Ah -pensó Pahom-, he avanzado bastante en esta dirección, es hora de girar. Además estoy sudando, y muy sediento."

Se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba. Bebió un sorbo de agua y giró a la izquierda. Continuó la marcha, y la hierba era alta, y hacía mucho calor.

Pahom comenzó a cansarse. Miró el sol y vio que era mediodía.

"Bien -pensó-, debo descansar."

Se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó, temiendo quedarse dormido. Después de estar un rato sentado, siguió andando. Al principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó, pensando: "Una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".

Avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de nuevo a la izquierda cuando vio un fecundo valle. "Sería una pena excluir ese terreno -pensó-. El lino crecería bien aquí.". Así que rodeó el valle y cavó un pozo del otro lado antes de girar. Pahom miró hacia la loma. El aire estaba brumoso y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a la gente de la loma.

"¡Ah! -pensó Pahom-. Los lados son demasiado largos. Este debe ser más corto." Y siguió a lo largo del tercer lado, apurando el paso. Miró el sol. Estaba a mitad de camino del horizonte, y Pahom aún no había recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado. Aún estaba a quince kilómetros de su meta.

"No -pensó-, aunque mis tierras queden irregulares, ahora debo volver en línea recta. Podría alejarme demasiado, y ya tengo gran cantidad de tierra.".

Pahom cavó un pozo de prisa.

Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. Estaba agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le flaqueaban las piernas. Ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar antes del poniente. El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.

"Cielos -pensó-, si no hubiera cometido el error de querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"

Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su meta, y el sol se aproximaba al horizonte.

Pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez más rápido. Apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar. Echó a correr, arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada que usaba como bastón.

"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder. Tengo que llegar antes de que se ponga el sol."

El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus piernas cedían como si no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror de morir de agotamiento.

Aunque temía la muerte, no podía detenerse. "Después que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora", pensó. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. Juntó sus últimas fuerzas y siguió corriendo.

El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo como la sangre. Estaba muy bajo, pero Pahom estaba muy cerca de su meta. Podía ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa. Veía la gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo, riendo a carcajadas.

"Hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará Dios vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca llegaré a ese lugar!"

Pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. Con el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus piernas apenas podían sostenerlo. Cuando llegó a la loma, de pronto oscureció. Miró el cielo. ¡El sol se había puesto! Pahom dio un alarido.

"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún gritaban, y recordó que aunque para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún podían verlo. Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. Allí aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella el jefe se reía a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las manos.

-¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡Ha ganado muchas tierras!

El criado de Pahom se acercó corriendo y trató de levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡Pahom estaba muerto!

Los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.

Su criado empuñó la azada y cavó una tumba para Pahom, y allí lo sepultó. Dos metros de la cabeza a los pies era todo lo que necesitaba."

Y ahora, quien quiera decir que nada se aprende de la historia, que lo importante es estar corriente de la actualidad... Que lo diga en otra entrada, por el amor de lo que sea que ame.

miércoles, 29 de junio de 2011

El imanolismo: Historia y desarrollo.

Seguramente los que me conozcan estén hartos de la misma historia.

Son muchas las veces que se me intenta acusar de cosas hacia las que estoy en contra, por haber defendido otras cosas que la gente asocia con las primeras. Así fue como surgió el imanolismo. Uno no podía decir ser comunista sin que se le echasen en cara los errores de Lenin y Stalin, no podía ser anarquista sin que se le asociara con los punkies que pasan más tiempo borrachos que sobrios en su tiempo de ocio, cuando no andan con cosas peores, o con los violentos llamados "antisistema", cosa de la que hablaré en otro momento.

Puede parecer una solución perfecta para hablar como persona en vez de como representante de otra gente que ha dicho más o menos parte de lo que tú dices. Para nada.

Conforme pasa el tiempo, uno observa diversos casos. Quizá el mejor de ellos es que tu imanolismo sea denominado como le venga en gana al debatiente, como "comunismo de derechas" por ejemplo, haciendo uso de la mayor capacidad del absurdo que tiene el género humano. Aclarar que lo de derechas se decía por autoritarismo, no por conservadurismo ni neoliberalismo. Huelga decir que para mí hacer uso de la autoridad de uno mismo es una cosa que da mucha pereza, pero ese es otro cantar.

Quizá el problema más grave del imanolismo sea que la humanidad no está preparada para ello. Ni va camino de ello, ni quiere. Me explico.

Cada vez que se habla de un tema en concreto hay que intentar pormenorizar todos los asuntos, para lentamente analizarlo entre los debatientes, en un diálogo ideal. En la realidad, cada pormenor no importa como tal, sino que es juzgado en su conjunto a otras cosas, generalmente los intereses propios y sólo en una pequeña minoría la posibilidad de errar. Es decir, que si me dicen que X hizo Y no será lo mismo si X es mi amigo, si es alguien que me pegó, si es alemán o ruso, o si es de ciencias o de letras. Y con la acción Y pasa algo similar.

Por tanto, no deja de verse cada pequeño problema como parte de uno más grande. El imanolismo no existe para el contrincante. Imanol es una cosa o es otra, pero ante todo, no es una persona. Es de un bando, amigos o enemigos, no hay más. Como mucho, puede verse como amigo para unos temas y como enemigo para otros. Pero jamás se considerará neutral. Porque la desesperación odia la neutralidad como si fuera su atacante.

La pregunta con la que yo me quedo, es: Son todo pequeños engranajes de un sistema, o son pequeños bloques de felicidad y armonía que ir sumando? Se puede justificar que algo puntual no sea efectivo o que no se pueda aplicar a la realidad, alegando que va en un conjunto de medidas que se complementan unas a otras? Las dimensiones de nuestro interés son dos, pero, y las de la realidad? se puede ser neutral?

Quizá la más grave sea: Existe de verdad la comunicación?

martes, 28 de junio de 2011

Haga lo que le dejen.

Nos quejamos de muchas cosas. De no permitirnos una hipoteca, de no poder tener un coche, de no llegar a fin de mes por culpa de mil cosas menos de las que sabemos que hacemos a voluntad: Véanse las terrazas en verano.

Hacemos una buena apuesta, tan estúpida como arriesgada. Nos ofrecemos a trabajar doce horas con tal de cobrar lo que se pueda, a la mínima montamos una familia con su casa, su coche y sus niñitos. Mejor o peor, pero siempre todo lo bueno que se pueda.

Y nos justificamos. "Si no trabajara doce horas, me echaría el jefe. Sin coche, no llegaría a tiempo al trabajo, o tendría que mudarme a la ciudad en la que trabajo. Tendría que acoplarme a horarios de trenes y autobuses. Y qué incómodos son, la leche. Por no hablar de los hijos... Quién va a sacar adelante a España cuando nosotros muramos? Bastante mala es nuestra campana poblacional, la solución es parir."

Pues mire usted, la gente con el tiempo ha aprendido a reducirse la jornada. No me haga hablarle de los curtidores del siglo décimo. El problema es que tenemos que ir todos juntos, como fuenteovejuna. Claro que tenemos problemas para reducir nuestra jornada.

Por una parte, el pequeño y mediano empresario tiene que lidiar con un peso a la espalda. La seguridad social. No me explico a dónde va el dinero que los pequeños empresarios pagan por sus trabajadores. Me parece que con 1000 euros al mes se puede pagar la educación, la salud, y guardar para la jubilación. Y sobra.

Por otra parte, con el dinero que usted recibiera por ocho o seis horas, podría vivir. Si no hubiera decidido ser camello, cargar el resto de su vida con una casa, un coche, un par de niños, una mujer poco decidida a trabajar y un piso en la costa, si le dejan.

Es más, con quinientos euros al mes se puede vivir y ahorrar, si uno deja de salir a la caña u otras drogas más potentes, o si deja de darse unas vacacioncitas cada año en un hotel de las estrellas que le dejen. Y si hay que compartir piso con otras tres personas se comparte. Es cuestión de hacerse un poco más tolerante al género humano de lo que somos. Y digo esto porque no somos capaces de dejar de discutir.

Y el paro. Qué malo es. Siempre hay alguien esperando a meterse a trabajar por nosotros doce horas, el jefe no va a querer reducirnos el sueldo y la jornada. Claro que no. Porque queremos abarcar todo lo que se ha dicho. Queremos tener hasta que no nos dejen más.

Porque no somos capaces de respetarnos entre nosotros. No somos capaces de decir no, con tal de no herir nuestros principios y ser algo solidarios con el prójimo. Y mucho menos nos vamos a dejar coser a impuestos que van a ir a los demás.

Habrá agujeros en el gobierno, pero es este principio, de dar a lo común, el que nos deja vivir de forma civilizada. Tenemos que ser conscientes de que no podemos estar pensando siempre en tener todo lo posible. Tenemos que quedarnos en lo necesario, para no hacer una sociedad en la que el que cae, no sólo se queda sin casa, sin coche... Se queda sin vida. Sin un poco de dinero para esa vida más que suficiente, sin excesos, compartiendo.

La única conclusión a la que se puede llegar de por qué no arreglamos esto, es porque estamos bien así. Porque no nos molesta ver a nuestros familiares en paro. Porque no nos importa que nuestro dinero se quede en agujeros sin fondo. Porque nos conformamos con lo que tenemos hasta que tengamos que llorar por su pérdida.

sábado, 25 de junio de 2011

Libertario, como antiliberal

Hago esta entrada porque suelo usar la palabra libertario cuando mucha gente me dice que pensaba que yo era más liberal. No nos confundamos. Y para no confundirnos para nada, puesto que libertario se ha usado en sus distintas traducciones con distintos significados mientras que yo la uso por su valor fónico, por lo que me parece que debería representar tan preciosa palabra, creo esta breve definición, muy resumida, de lo que significa para mí ser libertario cuando digo que yo lo soy.

De entrada quiero decir que si se prefiere llamar libertarismo imanolista, llámese así. No me venga nadie quejándoseme de que eso no es ser libertario. Me gusta la palabra, partiendo de su definición más básica, y aplicándola a mi manera de pensar. Comienzo, ahora sí.

Si liberal es, para mí, defender las libertades, y libertario otorgarlas, ser libertario debe significar ser antiliberal de manera democrática en una población utópica, bien formada como en todas las poblaciones que funcionan, que son ninguna. Esto es renunciar a las libertades relativamente innecesarias en pos de las inexistentes. Y paso a dar un ejemplo de lo que yo entiendo por cada cosa, es decir, a lo que me refiero cuando hablo.

En una sociedad liberal con dos modelos de coches, uno con un precio asequible para el sueldo medio y otro sólo para una minoría privilegiada, esta población respetaría la existencia de los dos coches, cada cual para quien pueda permitírselo.

En una sociedad libertaria, sin embargo, el segundo coche sería ilegalizado, o en su defecto no lo comprarían siquiera los que se lo pueden permitir, o en su defecto la población decidiría democráticamente calificarlo como objeto de lujo que gravar pesadamente en la renta. No daría ninguna facilidad, más bien lo contrario, a lo que la mayoría no puede permitirse.

No por recelo, ni por falta de empatía con el que lo desee. Actuarían así guiados por la consciencia de lo común, de los recursos como patrimonio de la humanidad que repartir en su justa medida, sin derroches, sin esas pequeñas libertades que a un hombre preocupado por las catástrofes del mundo le traen sin cuidado y le parece extraño desearlas.

Así, este libertarismo, y si no les gusta la palabra por una razón u otra pueden llamarlo X, o imanolismo; implica un deseo contínuo de cumplir un sistema de prioridades basadas en los derechos más fundamentales que conozco: Las necesidades fisiológicas. Comer, beber y dormir no son las únicas. Así pues, este sentimiento le hace a uno rechazar el segundo bocado de cualquier cosa antes de saber que todos han tomado el primero. Y si el segundo provoca un conflicto, "o follamos todos o la puta al río".

Es pues, amor a los demás, no a cada uno, no al entorno, amor al mundo, la paz y el entendimiento, o lo que es lo mismo, justo lo contrario de lo que nos interesa cuando votamos. Lo que nadie mira, la política exterior, pues sólo nos importa nuestra situación, que tan mal no estará viendo que la gente sigue metiendo el pie en el barro sin preocupación.

Es pues, un verdadero sentimiento de bienestar cuando uno cree haber hecho todo lo que podía, que nunca es posible pero para eso ya hay otros libros de autoayuda que no tienen que ver con la moral o la política.